Positiva. Compartir. Excelente. Satisfactoria. Compromiso… ¿Qué son estas cinco palabras? Son las que han escogido algunas de las personas que han concluido el plan diocesano de formación de laicos cuando se les ha pedido definir con un solo vocablo la experiencia de estos cuatro años. Es cierto que también estas mismas personas han advertido algunos de sus puntos débiles. Pero, en líneas generales, es más lo positivo que podemos destacar en este plan que sus sombras.
Una obra diocesana culminada
En marzo de este año, el capicúa 2002, se ponía en manos de los grupos el último cuaderno de trabajo, el número 12, dedicado a las cuestiones sociales. Con él se culminaba lo que estaba planificado y se cumplía una de las propuestas sinodales, la número 42: «Elaborar y llevar a cabo un proyecto diocesano de formación de laicos que facilite la vivencia de la identidad y la responsabilidad del laicado en el mundo y en la Iglesia de hoy, coordinado por la vicaría de Pastoral y con el apoyo de la Facultad de Teología».
Un gran número de personas de nuestra diócesis ha intervenido en su elaboración, fundamentalmente jóvenes licenciados en Teología en nuestra Facultad. Junto a ellos dos dibujantes, una comisión de cuatro laicos para supervisar la dimensión pedagógica, un coordinador y dos supervisores finales. En total unas 18 personas, y esto sin contar las numerosas personas, sacerdotes y laicos, que participaron en dos reuniones iniciales de puesta en marcha. Y han recibido el material, en su momento cumbre, unos 1.500 laicos. A todos, muchas gracias.
Para formar laicos evangelizadores
¿Se ha conseguido el objetivo? Toda siembra formativa es eso mismo, una siembra. No somos nosotros quiénes para evaluar si se ha logrado formar a laicos que sean evangelizadores en la Iglesia y en el mundo de hoy. Muchos ya lo eran, pues al comenzar el proceso estaban desempeñando tareas evangelizadoras en sus comunidades. Además cada grupo ha podido adaptar a sus necesidades y a su nivel lo que se pedía en el plan.
Evaluación y perspectivas
Éstas han sido algunas de las respuestas que se han dado al preguntar al final del plan si «tienes más conciencia de evangelizador ahora que cuando empezaste»:
Sí, porque ahora sé lo que yo buenamente puedo aportar, poniendo mi granito de arena.
Sí, me ha ayudado a abrirme a los demás y a salir de mis ídolos.
El plan me ha recordado como cristiana, que debo evangelizar, y estoy en ello, aunque reconozco que hago más con obras que de palabra.
Sí, estoy comprometida con el grupo de Cáritas.
Hemos dicho varias veces que ha culminado el plan. En realidad, no es así. Se han concluido dos etapas, pero falta una tercera. Los 12 cuadernos de trabajo y las 5 guías del animador han cubierto dos etapas: la etapa de iniciación o despertar y la etapa de consolidación teológico-eclesial. Pero aún hay otra tercera etapa llamada de «Maduración permanente de la identidad cristiana y formación específica». En ella, el laico se especializa en una de las áreas de la articulación diocesana de la pastoral (catequesis, pastoral de la salud, Cáritas, medios de comunicación, etc.) y se inserta en un movimiento laical de modo estable. Sin duda éste es uno de los mayores retos para los mismos laicos y para toda la Diócesis, especialmente para sus pastores. Por eso parece conveniente recordar otra propuesta sinodal, la número 33: «Dotar a los grupos de adultos de las parroquias, cuando no posean una organización supraparroquial, de una organización diocesana, que garantice el protagonismo laical, la formación integral, la presencia pública en la sociedad, su participación en la vida diocesana y su permanencia como grupos». Todo un horizonte de evangelización, de nueva evangelización, sigue abierto para la Iglesia.