Santa Lucía de Siracusa. Una veneración compartida entre la Iglesia Católica, ortodoxa y luterana es la de Santa Lucía, quien fue virgen y mártir con toda su vida consagrada a la obediencia espiritual y adoración al Espíritu Santo, condenada al martirio por su fe. Es la Santa que Conmemoramos el 13 de diciembre.
Santa Lucía, nacida hacia el año 283, en Siracusa (Italia) era hija de padres nobles, pero criada bajo la fe cristiana a la cual dedicó su santidad y consagró con votos de virginidad. Son muchas las referencias que se tienen acerca de esta Santa que entregó su vida a la fe y adoración hacia su trino y único Dios.
Su nombre, que significa, Luz para el Mundo, no en vano hacía referencia a la pureza de su alma. Santa Lucía desde muy corta edad, decidió consagrar su vida a Jesús y ofreció votos de virginidad. Su madre, una noble y rica de la sociedad Romana, quiso comprometerla en matrimonio con un joven pagano.
Santa Lucía, fiel a su entrega espiritual y consagración a nuestro señor Jesucristo, y ante la enfermedad de su madre, la conminó a orar ante la tumba de Águeda de Catania, una virgen mártir, para ser sanada. Al ocurrir su curación milagrosa, Santa Lucía pidió que la liberara de su compromiso nupcial, lo cual su madre aceptó.
Santa Lucía, quien según cuentan las referencias históricas, estaba dotada de una extraordinaria belleza, fue acusada por su pretendiente por ser cristiana, durante la prohibición de culto del emperador Diocleciano, motivo por el cual, esta Santa Virgen fue juzgada y obligada a apostatar, a lo cual se negó.
Dado su empreño por conservar inquebrantable su fe, fue condenada a brutales y humillantes torturas, violación y suplicio en aceite hirviendo, sin embargo, Santa Lucía no se doblegó, profetizando su patronazgo y devoción tras la muerte de los emperadores.
Santa Lucía murió en Siracusa por martirio y bajo la fe en Cristo, en el año 304, cuando tan solo contaba con 21 años.