EVANGELIO DEL JUEVES, 28 DE JUNIO DE 2018:
Conoce el evangelio del día, evangelio de hoy 28 de Junio del 2018: Primera lectura, el salmo y el evangelio o palabra de Dios.
PRIMERA LECTURA
LECTURA DEL SEGUNDO LIBRO DE LOS REYES 24, 8-17
Joaquín tenía dieciocho años cuando comenzó a reinar, y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre se llamaba Nejustá, hija de Elantán, y era de Jerusalén.
El hizo lo que es malo a los ojos del Señor, tal como lo había hecho su padre.
En aquel tiempo, los servidores de Nabucodonosor, rey de Babilonia, subieron contra Jerusalén, y la ciudad quedó sitiada.
Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó a la ciudad mientras sus servidores la sitiaban, y Joaquín, rey de Judá, se rindió al rey de Babilonia junto con su madre, sus servidores, sus príncipes y sus eunucos. El rey de Babilonia los tomó prisioneros en el año octavo de su reinado.
Luego retiró de allí todos los tesoros de la Casa del Señor y los tesoros de la casa del rey, y rompió todos los objetos que Salomón, rey de Judá, había hecho para la Casa del Señor, como lo había anunciado el Señor.
Deportó a todo Jerusalén, a todos los jefes y a toda la gente rica –diez mil deportados– además de todos los herreros y cerrajeros: sólo quedó la gente más pobre del país.
Deportó a Joaquín a Babilonia; y también llevó deportados de Jerusalén a Babilonia a la madre y a las mujeres del rey, a sus eunucos y a los grandes del país.
A todos los guerreros –en número de siete mil– a los herreros y cerrajeros –en número de mil– todos aptos para la guerra, el rey de Babilonia los llevó deportados a su país.
El rey de Babilonia designó rey, en lugar de Joaquín, a su hijo Matanías, a quien le cambió el nombre por el de Sedecías.
SALMO
SALMO 78
Poema de Asaf.
Pueblo mío, escucha mi enseñanza,
presta atención a las palabras de mi boca:
yo voy a recitar un poema,
a revelar enigmas del pasado.
Lo que hemos oído y aprendido,
lo que nos contaron nuestros padres,
no queremos ocultarlo a nuestros hijos,
lo narraremos a la próxima generación:
son las glorias del Señor y su poder,
las maravillas que él realizó.
El dio una norma a Jacob,
estableció una ley en Israel,
y ordenó a nuestros padres
enseñar estas cosas a sus hijos.
Así las aprenderán las generaciones futuras
y los hijos que nacerán después;
y podrán contarlas a sus propios hijos,
para que pongan su confianza en Dios,
para que no se olviden de sus proezas
y observen sus mandamientos.
Así no serán como sus padres,
una raza obstinada y rebelde,
una raza de corazón inconstante
y de espíritu infiel a Dios:
como los arqueros de la tribu de Efraím,
que retrocedieron en el momento del combate.
Ellos no mantuvieron su alianza con Dios,
se negaron a seguir su Ley;
olvidaron sus proezas
y las maravillas que les hizo ver,
cuando hizo prodigios a la vista de sus padres,
en la tierra de Egipto, en los campos de Tanis:
abrió el Mar para darles paso
y contuvo las aguas como un dique;
de día los guiaba con la nube
y de noche, con el resplandor del fuego.
Partió las rocas en el desierto
y les dio de beber a raudales:
sacó manantiales del peñasco,
hizo correr las aguas como ríos.
Pero volvieron a pecar contra él
y a rebelarse contra el Altísimo en el desierto:
tentaron a Dios en sus corazones,
pidiendo comida a su antojo.
Hablaron contra Dios, diciendo:
«¿Acaso tiene Dios poder suficiente
para preparar una mesa en el desierto?
Es verdad que cuando golpeó la roca,
brotó el agua y desbordaron los torrentes;
pero ¿podrá también darnos pan
y abastecer de carne a su pueblo?».
El Señor, al oírlos, se indignó,
y un fuego se encendió contra Jacob;
su enojo se alzó contra Israel,
porque no creyeron en Dios
ni confiaron en su auxilio.
Entonces mandó a las nubes en lo alto
y abrió las compuertas del cielo:
hizo llover sobre ellos el maná,
les dio como alimento un trigo celestial;
todos comieron en pan de ángeles,
les dio comida hasta saciarlos.
Hizo soplar desde el cielo el viento del este,
atrajo con su poder el viento del sur;
hizo llover sobre ellos carne como polvo
y pájaros como arena del mar:
los dejó caer en medio del campamento,
alrededor de sus carpas.
Ellos comieron y se hartaron,
pues les dio lo que habían pedido;
pero apenas saciaron su avidez,
cuando aún estaban con la boca llena,
la ira de Dios se desató contra ellos:
hizo estragos entre los más fuertes
y abatió a lo mejor de Israel.
A pesar de todo, volvieron a pecar
y no creyeron en sus maravillas;
por eso él acabó sus días como un soplo,
y sus años en un solo instante.
Cuando los hacía morir, lo buscaban
y se volvían a él ansiosamente;
recordaban que Dios era su Roca,
y el Altísimo, su libertador.
Pero lo elogiaban de labios para afuera
y mentían con sus lenguas;
su corazón no era sincero con él
y no eran fieles a su alianza.
Pero él, que es compasivo,
los perdonaba en lugar de exterminarlos;
una y otra vez reprimió su enojo
y no dio rienda suelta a su furor:
sabía que eran simples mortales,
un soplo que pasa y ya no vuelve.
¡Cuántas veces lo irritaron en el desierto
y lo afligieron en medio de la soledad!
Volvían a tentar a Dios
y a exasperar al Santo de Israel,
sin acordarse de lo que hizo su mano,
cuando los rescató de la opresión.
Porque él hizo portentos en Egipto
y prodigios en los campos de Tanis;
convirtió en sangre sus canales,
y también sus ríos, para que no bebieran;
les mandó tábanos voraces
y ranas que hacían estragos.
Entregó sus cosechas al pulgón
y el fruto de sus trabajos a las langostas;
destruyó sus viñedos con el granizo
y sus higueras con la helada;
desató la peste contra el ganado
y la fiebre contra los rebaños.
Lanzó contra ellos el ardor de su enojo,
su ira, su furor y su indignación
–un tropel de mensajeros de desgracias–
dando así libre curso a su furor;
no los quiso librar de la muerte,
hizo que la peste acabara con sus vidas.
Hirió a los primogénitos de Egipto,
a los hijos mayores de la tierra de Cam;
sacó a su pueblo como a un rebaño,
y los guió como a ovejas por el desierto:
los condujo seguros y sin temor,
mientras el Mar cubría a sus adversarios.
Los llevó hasta su Tierra santa,
hasta la Montaña que adquirió con su mano;
delante de ellos expulsó a las naciones,
les asignó por sorteo una herencia
e instaló en sus carpas a las tribus de Israel.
Pero ellos tentaron e irritaron a Dios,
no observaron los preceptos del Altísimo;
desertaron y fueron traidores como sus padres,
se desviaron como un arco fallido.
Lo afligieron con sus lugares de culto,
le provocaron celos con sus ídolos:
Dios lo advirtió y se llenó de indignación,
y rechazó duramente a Israel.
Abandonó la Morada de Silo,
la Carpa donde habitaba entre los hombres;
entregó su Fortaleza al cautiverio,
su Arca gloriosa en manos del enemigo
Entregó su pueblo a la espada,
se enfureció contra su herencia;
el fuego devoró a sus jóvenes,
y no hubo canto nupcial para sus vírgenes;
sus sacerdotes cayeron bajo la espada,
y sus viudas no pudieron celebrar el duelo.
Pero el Señor se levantó como de un sueño,
como un guerrero adormecido por el vino:
él hirió al enemigo con la espada,
le infligió una derrota completa.
Rechazó a los campamentos de José
y no eligió a la tribu de Efraím:
eligió a la tribu de Judá,
a la montaña de Sión, su predilecta.
Construyó su Santuario como el cielo en lo alto,
como la tierra, que cimentó para siempre;
y eligió a David, su servidor,
sacándolo de entre los rebaños de ovejas.
Cuando iba detrás de las ovejas, lo llamó
para que fuera pastor de Jacob, su pueblo,
y de Israel, su herencia;
él los apacentó con integridad de corazón
y los guió con la destreza de su mano.
EVANGELIO DEL DÍA
SAN MATEO 7, 21-29
No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?».
Entonces yo les manifestaré: «Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal».
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena».
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande».
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.