San Pelayo. Joven cristiano que sería martirizado y posteriormente, conmemorado por la Iglesia Católica, siendo su día de festejo el 26 de junio.
Según la tradición, San Pelayo, quien habría nacido para aquel entonces en el Reino de Asturias, acompañaría un día al obispo y la corte del rey de León, para brindar apoyo al reino de Pamplona, el cual estaría siendo atacado por el califa Abad al-Rahmán III. Pero tanto San Pelayo como el obispo, su tío Hermoigio, serían apresados.
Tres años pasaron, y Hermoigio ería liberado, pero San Pelayo permanece como rehén de al-Rahmán III. En ese tiempo en el que Pelayo permanece de rehén, se dice que al-Rahmán III, le obligaría a tener contactos sexuales e impuros con él, prometiéndole a su vez riquezas y grandes honores si San Pelayo decidía renunciar a su fe cristiana.
Pero Pelayo se negaría sin ningún temor, y teniendo muy claras sus convicciones y un espíritu lleno de paz y sabiduría, diría: “Todo lo que tú me ofreces es nada. Yo soy cristiano, lo fui y lo seré siempre. Nunca negaré a Cristo porque lo que tú me prometes, se acaba; y Cristo, a quien yo adoro, no tiene fin ni principio, pues con el Padre y el Espíritu Santo, es un Dios único y verdadero, que nos creó de la nada y que todo lo mantiene y gobierna con su poder.”
Junto con aquellas palabras, además que el califa viendo que San Pelayo se mantenía firme en su negativa, provocaría su ira y eventualmente, el martirio del santo.
La tortura que se aplicó sobre San Pelayo, fue tan lúgubre y espantosa, siendo una venganza por cada una de sus negativas ante al-Rahmán. Terminó por ser desmembrado mediante la utilización de unas tenazas de hierro, hasta luego ser despedazado, y sus restos terminarían por ser arrojados al Guadalquivir un 26 de junio del año 925.
Los cristianos de Córdoba encontrarían sus restos, quienes terminaron por enterrarlos en el cementerio de San Ginés, y su cabeza, sería llevada al de San Cipriano, y San Pelayo pasaría a ser conmemorado como mártir por su fe y pureza.
