Evangelio del Sábado, 18 de Noviembre de 2017:
Conoce el evangelio del día, evangelio de hoy 18 de Noviembre del 2017: Primera lectura, el salmo y el evangelio o palabra de Dios.
Primera lectura
Sabiduría 18, 14-16. 19, 6-9
Cuando un silencio apacible envolvía todas las cosas, y la noche había llegado a la mitad de su rápida carrera,
tu Palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real, como un guerrero implacable, en medio del país condenado al exterminio. Empuñando como una espada afilada tu decreto irrevocable,
se detuvo y sembró la muerte por todas partes: a la vez que tocaba el cielo, avanzaba sobre la tierra.
Porque la creación entera, obedeciendo a tus órdenes, adquiría nuevas formas en su propia naturaleza, para que tus hijos fueran preservados incólumes.
Se vio a la nuble cubrir el campamento con su sombra y emerger la tierra seca de lo que antes era agua; apareció en el Mar Rojo un camino despejado y una verde llanura, entre las olas impetuosas:
por allí paso todo un pueblo, protegido por tu mano, contemplando prodigios admirables.
Eran como caballos en un pastizal y retozaban como corderos, alabándote a ti, Señor, su liberador.
Salmo
Bendice al Señor, alma mía:
¡Señor, Dios mío, qué grande eres!
Estás vestido de esplendor y majestad
y te envuelves con un manto de luz.
Tú extendiste el cielo como un toldo
y construiste tu mansión sobre las aguas.
Las nubes te sirven de carruaje
y avanzas en alas del viento.
Usas como mensajeros a los vientos,
y a los relámpagos, como ministros.
Afirmaste la tierra sobre sus cimientos:
¡no se moverá jamás!
El océano la cubría como un manto,
las aguas tapaban las montañas;
pero tú las amenazaste y huyeron,
escaparon ante el fragor del trueno.
Subieron a las montañas,
bajaron por los valles,
hasta el lugar que les habías señalado:
les fijaste un límite que no pasarán,
ya no volverán a cubrir la tierra.
Haces brotar fuentes en los valles,
y corren sus aguas por las quebradas.
Allí beben los animales del campo,
los asnos salvajes apagan su sed.
Las aves del cielo habitan junto a ellas
y hacen oír su canto entre las ramas.
Desde lo alto riegas las montañas,
y la tierra se sacia con el fruto de tus obras.
Haces brotar la hierba para el ganado
y las plantas que el hombre cultiva,
para sacar de la tierra el pan
y el vino que alegra el corazón del hombre,
para que él haga brillar su rostro con el aceite
y el pan reconforte su corazón.
Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó;
allí ponen su nido los pájaros,
la cigüeña tiene su casa en los abetos;
los altos peñascos son para las cabras,
y en las rocas se refugian los erizos.
Hiciste la luna para medir el tiempo,
señalaste el sol el momento de su ocaso;
mandas la oscuridad, y cae la noche:
entonces rondan las fieras de la selva
y los cachorros rugen por la presa,
pidiendo a Dios su alimento.
Haces brillar el sol y se retiran,
van a echarse en sus guardias:
entonces sale el hombre a trabajar,
a cumplir su jornada hasta la tarde.
¡Qué variadas son tus obras, Señor!
¡Todo lo hiciste con sabiduría,
la tierra está llena de tus criaturas!
Allí está el mar, grande y dilatado,
donde se agitan, en número incontable,
animales grandes y pequeños.
Por él transitan las naves, y ese Leviatán
que tú formaste para jugar con él
Todos esperan de ti
que les des la comida a su tiempo:
se la das, y ellos la recogen;
abres tu mano, y quedan saciados.
Si escondes tu rostro, se espantan;
si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo.
Si envías tu aliento, son creados,
y renuevas la superficie de la tierra.
¡Gloria al Señor para siempre,
alégrese el Señor por sus obras!
El mira, y la tierra se estremece;
toca las montañas, y echan humo.
Cantaré al Señor toda mi vida;
mientras yo exista, celebraré a mi Dios:
que mi canto le sea agradable,
y yo me alegraré en el Señor.
Que los pecadores desaparezcan de la tierra
y los malvados ya no existan más.
¡Bendice al Señor, alma mía!
¡Aleluya!
Evangelio del día
Lucas 18, 1-8
Después le enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
«En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario».
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: «Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme».»
Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».