Hoy se conmemora la obra de San Eduardo III, religioso noble, confesor y dedicado hermano al servicio del pueblo, recibiendo múltiples ataques en su contra al tiempo que resistía las tentaciones de los pecadores, demostrando enorme fortaleza espiritual al defender hasta el fin de sus días la verdadera fe a través de su penitencia, oración y profundo respeto por la iglesia y el sagrado camino que le ofrecía, esforzándose en cumplir como legitimo rey.
Nacido en el año 1.004, Eduardo, con sangre noble, viene al mundo en un territorio peligroso de Reino Unido, presenciando las crisis bélicas durante el inicio de un nuevo siglo, teniendo sus padres que esconderle y proteger durante años para evitar los ataques sangrientos de los barcos mercenarios, ladrones y asesinos. En sus primeros años de vida, Eduardo aprende también a mantenerse agradecido por continuar con vida, observando la crisis con iluminación.
El destierro y huida de San Eduardo III
Con el objetivo de cuidar la vida de Eduardo, apenas con diez años de edad se le envía desterrado a una tierra en Gran Bretaña, lamentando las desdichas que sus padres tendrían que enfrentar, enterándose durante su formación en la realeza externa, del fallecimiento de su padre, los saqueos al reino y el cambio de su madre, quien ahora deseaba que el reino fuera tomado por su pecador esposo, sin embargo, Eduardo deseaba recuperar el reino de su padre.
Las ordenes reales del legítimo rey
La madre de Eduardo rechazaba su solicitud para tomar el reino, pero el pueblo al ver fortaleza en el futuro santo, brindan su apoyo total al religioso. Con cuarenta años de edad, el ahora rey Eduardo cambia totalmente la estructura y enseñanzas del reino, invitando a la generosidad, la oración y las obras de caridad, elimina la avaricia y el odio en favor del amor. Finalmente, parte en el año 1.066, siendo canonizado por Alejandro III, en el año 1.161.