San Vicente de Zaragoza, también conocido como San Vicente de Huesca, fue un clérigo español que es venerado como santo por la Iglesia Católica.
Joven virtuoso
San Vicente nació hacia el siglo III en una familia aristócrata oriunda de Huesca, y era un joven bello que era el prototipo del ciudadano aragonés.
Su padre, que era cónsul y su madre, tomaron la decisión de confiar a su hijo a San Valero, obispo de Zaragoza, con quien aprendió rápidamente acerca de la virtud.
Cuando San Vicente tenía 22 años, fue elegido por el obispo como diácono, y le confió el cuidado de la predicación. En esa época había paz y serenidad en la Iglesia, gracias a los decretos que la favorecían, lo cual permitió que se expandiera el Evangelio en la región y se celebrara el concilio de Elvira en el año 300.
La persecución
No obstante, las cosas cambiaron rápidamente ya que los emperadores Diocleciano y Maximiano decretaron una nueva y sangrienta persecución en contra de los cristianos, y en marzo de 303 se publica el primer edicto imperial con esta resolución.
El prefecto Publio Daciano fue el encargado por las autoridades para cumplir los decretos imperiales, y designó esa misma tarea al prefecto Rufino en Zaragoza.
San Valero y San Vicente fueron detenidos por orden del gobernador en el año 303 y fueron enjuiciados y condenos.
San Valero fue condenado al destierro y San Vicente sufrió el martirio, muriendo en una fecha imprecisa, aunque la tradición la asigna como el 22 de enero del año 304.
De acuerdo al relato, San Vicente logró que su verdugo se convirtiera antes del martirio, y nada pudo quebrantar su fortaleza. Murió por causa de las heridas infligidas durante su ejecución.
Su cuerpo fue trasladado a una basílica a las afueras de la ciudad, donde se mantuvo el culto hacia su persona.