San Antelmo de Belley fue un monje nacido en un territorio conocido como Saboya. En aquel tiempo, dicho territorio no era considerado francés, por lo que este santo es habitualmente pensado como un saboyes. Nació en algún momento del año 1107, en un poblado conocido como Chignin. Se cuenta que, en aquellos tiempos, su dedicación a los servicios eclesiásticos le permitió la posesión de territorios como Grenoble y Belley. Esto, por su puesto, implicó plena posesión de todas sus propiedades y rentas, junto a los beneficios que aquello implicaba.
Sus inclinaciones, sin embargo, parece que siempre fueron otras. Con el fin de prevenirse de estas o cualquier otro tipo de “dignidades”, San Antelmo de Belley dice ordenarse en 1136 en un monasterio cartujo de la región. Esto solo sería el principio de sus logros, ya que, tres años después de erigir sus votos, es nombrado ministro general de dicha Orden. El 8 de Noviembre de 1163, el papa de entonces, Alejandro II, lo nombra Obispo de Belley. Por este título sería por el que años más tarde sería recordado.
Su trayectoria como obispo estuvo signada por un sinnúmero de reformas. En primera instancia, se dedicó a la depuración de la corrupción por entonces imperante en la región; por aquellos tiempos, en el monasterio se daba con suma frecuencia el uso y abuso de las propiedades y reliquias sagradas. Esto lo hacían miembros del clero y gente laica, razón por la cual San Antelmo procuró dar final a esa disyuntiva. Asimismo, hizo otras obras como la reconstrucción de edificios y propiedades del monasterio, y a su vez, permitió la entrada de agua limpia a la ciudad. Esto último fue un hecho inédito, ya que una avalancha impidió el otrora libre flujo del agua.
San Antelmo de Belley muere un 26 de Junio de 1178, en la ciudad que lo vio ascender.