Santa Clotilde fue tanto una reina de la Francia del siglo V después de Cristo, como un personaje muy importante dentro de la cristiandad. Nacida en el seno de una tribu burgandia, en el año 475, Santa Clotilde fue testigo del asesinato de su padre y su madre por fines de rivalidad política. Años después se casaría con Clodoveo I, rey de los francos y primer rey cristiano de su región. Esto último se lograría solo bajo las insistencias de Clotilde, y ante estas, Clodoveo respondió que solo se convertiría al cristianismo si lograba la victoria en la Batalla de Toblac.
Al final, todo esto así ocurrió, siendo Clotilde recordada y venerada como aquella que permitió el ingreso del catolicismo en tierras francas. Sin embargo, las desgracias no terminarían allí. Con la muerte de su esposo, en el año 511, Clotilde se las tendría que ver con las rencillas de sus hijos, las cuales durarían muchos años. Pese a sus intentos de evitarlo, Clotilde vio como muchos de sus hijos y nietos murieron en las guerras que se declararon los unos a los otros.
Cuenta la leyenda que dos de sus hijos, Clotario I y Childeberio I, se declararon la guerra el uno al otro. Esta noticia llegaría a oídos de Clotilde, quien rezaría con intenso fervor por evitar un funesto desenlace. Sus oraciones serían escuchadas, ya que cuando los dos combatientes se prepararon para pelear, se oteó una espantosa tormenta que los hizo retroceder. Quizá impulsados por el pensamiento de que aquello era un augurio, los hermanos se apersonaron ante su madre y prometieron convivir en paz después de ese día.
Clotilde es recordada más como una religiosa que como reina. Pasaría sus años de viudez en Tours hasta su muerte, en Junio del año 545. Sus restos reposan ahora en París.
