Santa María de Egipto. Fue una mujer asceta, quien, tras 40 años de peregrinación en el desierto, se elevó a la santidad habiendo recibido la comunión de San Zósimo. Entregada en cuerpo y alma a la meditación y devoción absoluta a la presencia de la Santísima Virgen María, es la santa que conmemoramos el 3 de abril.
Santa María de Egipto, existió entre los años 344 y 422 de nuestra era cristiana, habiendo nacido en Egipto y fallecido en el desierto de Palestina. Su vida y milagros son célebres, ya que, habiendo llevado desde los doce años una vida de pecados y de bajas pasiones, se cree que practicó la prostitución, no como actividad de lucro o necesidad, sino, como decadencia y deseo carnal incontrolado.
Las historias acerca de Santa María de Egipto indican que su rebeldía y descontrol, la hicieron abandonar su hogar, dedicándose a una vida perniciosa y desenfrenada. Ella, junto a otro grupo de personas a las cuales se unió, peregrinó a la ciudad santa y trató de ingresar al Santo Sepulcro de Jerusalén, pero le era impedido por una presencia que ella no podía divisar. Tras varios intentos, fue cuando esta cristiana, tuvo ante sí la aparición de la Santísima Virgen María, quien la conminó dejar esa vida pecaminosa.
Santa María de Egipto, aceptó la presencia cristiana de nuestro salvador en su corazón y, siguiendo la invitación de la Virgen María, decidió entregarse a una vida de penitencia y oración, adentrándose en el desierto para llevar una vida anacoreta. Fue allí donde, y tras haber peregrinado penitente por el desierto, fue cuando se encontró con San Zósimo, a quien expresó el motivo de su penitencia y martirio, la purificación de su alma tras su vida de placeres mundanos.
San Zósimo, cristiano devoto, dio la comunión a Santa María de Egipto, y, tras pedirle reencontrase con él en la Pascua, falleció, abandonada en el desierto, pero tuvo santa sepultura de manos de San Zósimo. A partir de allí, se comenzaron a obrar milagros y prodigios atribuidos a esta santa cristiana, difundiéndose la fe hacia su alma purificada y santificada por la penitencia y la obra de Dios en su corazón arrepentido.