San Longinos de Cesárea. Fue un soldado perteneciente al ejército del imperio romano en Jerusalén, al tiempo de la pasión de nuestro señor Jesucristo, siendo que su mano, portara la llamada Lanza Sagrada, con la cual fue lacerado el costado de Cristo durante su crucifixión y que, debido a ese hecho del destino, fue convertido cristiano. Es el santo que conmemoramos el 15 de marzo.
San Longinos de Cesárea, pasó de ser una leyenda a una certeza dentro del martirologio romano. Era originario de Lanciano, Italia y falleció como mártir en Capadocia. La conversión cristiana de San Longinos está directamente asociada a la vida, pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo, y se considera, en efecto, la primera conversión cristiana, a partir de la pasión de Jesús, ya que, su presencia fue ante la cruz del martirio de nuestro señor y fue por un hecho milagroso que su conversón se realizó.
Se atribuye a San Longinos de Cesárea, la frase “En verdad era Hijo de Dios”, palabras que pronunció este santo mártir, al presenciar los fenómenos naturales que se suscitaron justo al momento de le espiración de Jesús en la cruz. San Longinos, es por ello, un claro ejemplo de lo que la fe cristiana y la recepción de cristo en el corazón, pueden obrar en la vida de toda persona que decide abrazar la fe, ya que, siendo un soldado que iría en agresión al Dios Padre hecho hombre, sintió y aceptó en su corazón el llamado de la fe.
San Longinos de Cesárea, estando al pie de la cruz, recibió la orden de rematar con una lanza al hijo de Dios que languidecía en el martirio y al hacerlo, emanó del cuerpo de nuestro señor, sangre y agua, sangre que llegó a caer en los ojos de San Longino, quien inmediatamente se curó de problemas de visión que padecía.
Tras la conversión de San Longinos, abandonó la vida militar y, guiado por los apóstoles, llevó una vida de asceta, ayudando a la conversión de muchos y predicó con la palabra y los hechos, las virtudes cristianas. Su destino fue el de llegar a la santidad como mártir, al ser apresado y constreñido a abandonar su fe, y al no desistir, fue decapitado, ganando con ello la corona de la santidad como mártir de la iglesia católica.