San Pedro Canisio. Fue llamado el “Martillo de los Herejes” debido a la elocuencia y claridad con la que criticaba las posiciones de los cristianos no católicos. Aún en su incansable lucha por lograr defender a la Iglesia Católica, Pedro aconsejaba a sus fieles: “No hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma”. Se ha convertido en el santo que celebramos el día 21 de diciembre.
Llamado también “el segundo evangelizador de Alemania”, es venerado por los cristianos como uno de los creadores de la prensa católica, y habría sido el primero del numeroso ejército de jesuitas escritores. Nace en Holanda para el año 1521. Ya para su corta edad de 19 años, habría conseguido una licenciatura en teología, y se dedicaría a la abogacía para así complacer a su padre.
Aun así, San Pedro Canisio se habría entusiasmado por la vida religiosa, realizaría su juramento de castidad y prometería entonces a Dios hacerse jesuita. Llegó a ser admitido en la comunidad y sus primeros años como religioso, los pasaría en Colonia, Alemania, dedicándose fervientemente a la oración, meditación, el estudio y en ayudar a los pobres.
San Pedro Canisio poseía la habilidad de lograr resumir las grandes enseñanzas de famosos teólogos y de esta forma, poder presentarlas de la mejor manera al pueblo para que pudiesen ser fácilmente comprendidas por ellos. Esto lo llevaría a redactar dos Catecismos, uno bien resumido y el otro explicado. Ambos libros serían traducidos en 24 idiomas.
Aprovechando sus grandes cualidades de predicador y defensor de la Iglesia contra los protestantes, a San Pedro Canisio le encargarían en varias ocasiones, muchísimas labores del apostolado. Como superior provincial de los jesuitas en Alemania, recorrería a pie y a caballo diez mil kilómetros, en donde predicaría y enseñaría el catecismo y defendería la religión de manera incansable; solía decir “Descansaremos en el cielo”.
Un 21 de diciembre de 1597, San Pedro Canisio junto a varios padres jesuitas, se encontrarían rezando el santo rosario, de pronto exclamaría con alegría y emoción “Mírenla, ahí está. Ahí está”. Y finalmente moriría, dejando que la Santa Madre lo llevara al cielo.