Cada día en el mundo mueren personas por causas ajenas a la voluntad de Dios, muchas veces por situaciones adversas como una guerra o victimas del terrorismo, también por hambre o de enfermedades por carencias básicas; estos seres humanos acortan su paso por la vida, y deben ser enterrados antes de tiempo.
Aunque todos tenemos que morir, la muerte nunca debe ser provocada, sin embargo, cuando llega debe ser recibida en la fe, como un paso hacia la comunión definitiva con Dios.
La obra de misericordia corporal de enterrar a los muertos nos hace pensar con firmeza que tenemos un futuro.
¿Por qué enterrar a los muertos?
Enterrar a los muertos no es un mandato superfluo porque de hecho seremos enterrados, es una obra de misericordia corporal que posee un fuerte componente espiritual porque implica el acto de rezar por los difuntos; en este sentido, nos sentimos en la necesidad de reflexionar sobre la muerte, el valor de la vida y la esperanza de la resurrección.
Con la oración no sólo le extendemos el respeto hacia los muertos, sino que llevamos una esperanza envuelta de amor, gratitud y consuelo hacia los familiares del fallecido, a quienes acompañamos en su dolor.
Si bien, es importante la oración por los difuntos, también lo es darles una sepultura digna, porque el cuerpo humano es el templo del Espíritu Santo, es un lugar sagrado donde habitó un alma creada por Dios.
La séptima obra de misericordia no es una explicación de la muerte, sino que se refiere al acto de dar sepultura a los muertos, como una acción, que aunque no está presente en el juicio final, se realiza en bien del prójimo y para dar gloria a Dios, como una muestra de amor y piedad hacia la persona fallecida.