¿A quien no le han pedido un consejo? Todos parecemos buenos cuando nos lo piden, pero no siempre estamos aptos para darlos, sobre todo cuando se actúa desde la prepotencia y nos hace falta tacto para ayudar a recapacitar a otros que están equivocados.
Dar consejo al que lo necesita es una obra de misericordia espiritual, en donde nos compadecemos de corazón para consolar y fortalecer al necesitado.
Aconsejar también implica hacer memoria de nuestras experiencias, sufrimientos, necesidades y limitaciones, transmitiendo confianza con humildad y reconociendo que en todos esos momentos, Dios estuvo a nuestro lado.
¿Por qué dar un consejo?
Dar un buen consejo o una palabra orientadora puede ser la luz de muchas personas que se encuentran en el fracaso o en la desesperación, para ello necesitamos sabiduría y estar claros que no siempre tendremos la respuesta, pero Dios si la tiene.
Nuestra sabiduría partirá al asumir una posición de humildad y sencillez con un corazón dispuesto a escuchar y a entender las necesidades del prójimo, así podremos consolarlo y fortalecerlo con amor.
Esta obra de misericordia espiritual nos da la oportunidad de transmitir a otros que Dios existe, y puede ayudar a tener fortaleza y esperanza en el que necesita.
Al fin de cuentas se trata de llevar a otros a tener la seguridad de que Dios está siempre cerca y él será su luz y fortaleza ante la oscuridad y confusión.
Un consejo oportuno puede llegar a salvar almas y hacer cambiar de opinión a una persona que hubiese cometido una equivocación, para que de esta manera rectifique y tome un camino justo.