El amor de una madre por su hijo es grande, único y bondadoso. Aun más tratándose de la madre del Altísimo, del Maestro, del más grande, del Rey de Reyes. Un lazo de amor que nada, ni nadie puede quebrantar, por más intento que se hagan de romper sus corazones, su amor infinito y firme permanecer eternamente.
En esta estación del Vía crucis, encomendamos a todas aquellas madres que en algún momento han deseado interrumpir su embarazo o han negado a sus hijos, Dios se compadezca de ellas y las perdone, que vuelva sus corazones. Corazones de carne y de misericordia, donde comprendan el regalo tan hermoso, que nos permite Dios cuando podemos ser madres, una misión preciosa que debemos cumplir cabalmente.
A continuación la Cuarta Estación del Vía crucis, Jesús encuentra a su Madre María:
V- Te adoramos Oh Cristo y te bendecimos,
R- Que por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
Consideración:
Subiendo al calvario la madre de Jesús y Jesús se encuentran, en ese momento sus miradas parecen confundirse una con la otra, no hay necesidad de mediar palabras, todo lo han dicho con solo levantar sus ojos y mirarse. María muy bien comprende la misión que tiene su Hijo, ese que a la vez también es el Padre, sabe todo lo que tiene que sufrir por la salvación de los hombres. Su corazón sangra de dolor, pero calla obedientemente para seguir los designios de Nuestro Padre Celestial.
¡Oh dulcísima Madre!,
Quiero ser igual que tu,
Quiero decir SI, sin titubeos,
Quiero amar sin apegos,
Quiero seguir el camino eterno,
Pero yo no puedo solo (a),
Necesito de tu intersección para lograrlo,
Acompáñame en mi peregrinar,
Y ruega por mí ante Nuestro Señor,
Amén.
Finalizamos esta cuarta oración, rezando con la mayor devoción de tu corazón una Ave María, en agradecimiento a Nuestra Madre Celestial por tantos favores recibidos.