La primera bienaventuranza es para los pobres en espíritu, esto no tiene nada que ver con lo material, ya que hay pobres que no son pobres en espíritu y hay ricos que son pobres en espíritu.
Una persona rica es aquella que se aferra a su riqueza espiritual y está dispuesta a abandonar todo para dar lugar a Dios, esta humildad que muchas veces es considerada por el mundo como un defecto, se convierte en una virtud para el cristianismo y en una bienaventuranza para el creyente.
Ser pobre en nuestro mundo significa no tener la posibilidad de obtener recursos para subsistir, pero cuando Jesucristo se refiere a ser pobre de espíritu no es ser tímido, flojo u oprimido, sino más bien es reconocer la necesidad espiritual ante la presencia de Dios, es decir, confiar y depender totalmente en Dios, sin él nada podemos hacer por nosotros mismos, en contraste con lo que dicen en el mundo, con frases como: confía en ti mismo, tú tienes el poder, tú puedes, depende de ti mismo.
¿Cómo ser pobre de espíritu?
El punto de partida de la vida cristiana es tener fe, y precisamente al tenerla, estás depositando la confianza en Dios, voluntariamente y sin posición, se tiene humildad al reconocer que tienes limitaciones y das paso a su capacidad, en este acto existe amor, ya que le estas entregando tus esperanzas.
Entonces tener fe es el primer paso hacia la pobreza espiritual, pero para ello debes estar consciente de que estas necesitado de Dios, y presentarte ante él de manera transparente, tal cual como eres, esta es la única condición para poder pertenecer al reino de los cielos, y que abre el resto de las bienaventuranzas sobre nuestras vidas.