Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos

Es la última bienaventuranza, donde Jesucristo invita a los perseguidos a la alegría y al regocijo, se anticipa a los beneficios del Reino de los cielos, porque vuestra recompensa será grande.

La recompensa que Dios nos da en la vida terrenal no es sino un anticipo de lo que nos tiene reservado al final de nuestras vidas; Jesucristo menciona  en la bienaventuranza, que nuestra gratificación será grande en los cielos.

¿Por qué la recompensa será grande en los cielos?

Las bienaventuranzas son las respuestas al deseo natural de felicidad en el hombre, este deseo tiene un origen divino, que es el que Dios ha puesto en el hombre para llevarlo hacia él,  para descubrir la meta de la existencia humana.

Es así como los creyentes a través de sus buenas acciones hacia el prójimo, llevando y trabajando la palabras dejada por Jesucristo, y que serán perseguidos por ser hijos de Dios, pertenecerán al reino de los cielos, el último día de su vida disfrutaran de ser bienaventurados ante los ojos de  Dios.

Esta promesa nos coloca en opciones morales decisivas, durante la vida terrenal, que nos invita a purificar el corazón de sus malos instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todas las cosas, es decir, la felicidad no esta en las riquezas, en el poder, ni en ninguna obra material del ser humano, sino en Dios, que es la fuente de todo bien y de todo amor.

El día del juicio final no es más que la rendición de cuentas ante Dios por nuestras vidas, todos serán juzgados por la justicia perfecta en base a la condición del alma, y aquellos que desde la vida terrenal han sido capaces de seguir estas bienaventuranzas, recibirán el regalo más grande que puede dar Dios en el Reino de los cielos que es la vida eterna.


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