Para el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo es la «Tercera Persona de la Santísima Trinidad». Por consiguiente, habiendo de un sólo Dios, existen en Él tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio, y en su palabra está escrito.
Desde el comienzo, El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor Jesús nos lo presenta e identifica para que entendiésemos que NO íbamos a estar solos, además se refiere a Él, no como una potencia impersonal, sino como una persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal, quiere decir que también siente, tal cual como una persona.
La importancia de este contenido es sumamente necesaria para nuestras vidas, pues, El Espíritu Santo, es un miembro de la Trinidad, que nos da testimonio del Padre Celestial y de Jesucristo. Él es la fuente del testimonio personal y la revelación; nos puede guiar en nuestras decisiones (solo si queremos) y nos protege del peligro físico y espiritual.
Se le conoce como el Consolador; escrito está en la palabra de Dios, y puede calmar nuestros temores y llenarnos de esperanza. Por medio de su poder, somos santificados al arrepentirnos, gracias a Él, podemos muchas veces entender cuando vamos a equivocarnos, cuando es lo bueno o lo malo.
- “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre” (Ga 4, 6).
- Desde el comienzo y hasta de la consumación de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable.
- En la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo realiza en María todas las preparaciones para la venida de Cristo al Pueblo de Dios. Mediante la acción del Espíritu Santo en ella, el Padre da al mundo el Emmanuel, “Dios con nosotros” (Mt 1, 23).
- El Hijo de Dios es consagrado Cristo (Mesías) mediante la unción del Espíritu Santo en su Encarnación (cf. Sal 2, 6-7).
- Por su Muerte y su Resurrección, Jesús es constituido Señor y Cristo en la gloria (Hch 2, 36). De su plenitud derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Iglesia.
- El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la comunión de la Santísima Trinidad con los hombres.