Desde el momento en que nacemos, todos los seres humanos venimos a desempeñar un papel en el mundo. Ese papel será único y nadie más podrá hacerlo por nosotros. La parábola de la sal de la Tierra busca ilustrarnos sobre esa cualidad del ser humano de sazonar, condimentar la Tierra mientras vivimos en este plano.
En la Santa Biblia se encuentran muchas crónicas y parábolas que fácilmente podemos aplicar a nuestra vida cotidiana. Y es ese es el sentido de la Biblia, guiar nuestros pasos por esta vida tomando en consideración las historias que relatan la vida de los primeros profetas y predicadores del Cristianismo. En este sentido, se puede afirmar que la sal es mencionada en múltiples ocasiones.
El origen y usos de la sal ayudan a comprender el significado de la parábola.
El origen etimológico de la palabra “sal” proviene del latín sal, salis, que hacía referencia a la palabra “salario”. Esto se debe a uno de los usos más antiguos de este mineral en las sociedades. Su consumo, más que una necesidad humana, permitía la conservación de alimentos, gracias a sus propiedades que preservaban de la putrefacción. Es por ello que llegó a asociarse con la palabra “salario”, los hombres recibían como pago por sus trabajos una porción de sal que podían utilizan para adquirir y conservar sus alimentos.
Ahora bien, visto de un punto de vista más teológico, Jesús, nuestro Señor y Salvador puntualizaba dos cualidades principales de la sal. La primera es precisamente su poder de conservación, lo que puede traducirse en que, los seres humanos, como seres de sal en el planeta Tierra, tenemos la capacidad de preservar y apartarnos de la corrupción (o putrefacción, si nos basamos en origen etimológico expuesto anteriormente). Si somos sal, viviremos alejados del mal, es decir, seremos santificados.
La sal como instrumento.
Por otro lado, Jesús reconocía la cualidad de la sal de añadir sabor y sazón. Esto podría tomarse de la siguiente manera: como Cristianos, la Biblia constantemente compara el curso de nuestras vidas con lo escrito en ella, y nuestra palabra, siempre debe ir acompañada de un buen testimonio, debe ir sazonada de manera que enriquezca y conserve a nuestros hermanos en la Tierra.
En función de lo expuesto anteriormente, se puede afirmar que la sal es tanto un preservador como un sazonador. Preserva la corrupción (putrefacción) de alimentos, al mismo tiempo que resalta su sabor y cualidades. Sin embargo, lo que no puede hacer la sal es revertir el proceso de degeneración o descomposición de las carnes. Si esta se ha dañado, no hay nada que la sal pueda hacer. Llevándolo al ámbito religioso, se refirma el poder del Espíritu Santo, quien es el que realmente puede revertir ese proceso, convirtiendo la carne (la persona) a Cristo.
Es entonces, Jesucristo nuestro Señor y Salvador nos llama a construir y cambiar el mundo. Desde luego, no todos los seres que viven en el planeta serán cristianos, pero la Iglesia debe ser instrumento de sal y luz, así como una Institución que nos ayude a sazonar la Tierra y personas que convivimos en ella.
Versículos de la Parábola de la Sal:
Mateo 5:13.
“Vosotros sois la sal de la Tierra, pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve para más nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.”